El futuro de las tarjetas de visita - La Opinión de Málaga

2022-05-28 23:06:41 By : Ms. shirley wu

Síguenos en redes sociales:

El torero Antonio Ordóñez escribe en un cuaderno, observado en primer plano por Guillermo Jiménez Smerdou. L. O.

Noticia guardada en tu perfil

Yo tuve un peluquero de cabecera lo mismo que un médico de cabecera; claro que lo de cabecera encaja más en la profesión de barbero-peluquero que en la medicina.

El fígaro, poco antes de jubilarse, me pidió educadamente un favor: que le diera mi tarjeta de visita. Cuando me la pidió yo llevaba bastantes años sin usarlas porque no se presentaban ocasiones propicias para hacer uso de una carta de presentación. Jubilado como periodista no precisaba echar mano a la cartera y entregársela a un ujier, a un subalterno, a un secretario… para que se la hiciera llegar al personaje que intentaba entrevistar. En muchas ocasiones no tenía que cumplir el deber de entregar una tarjeta de visita porque bastaba darle mi nombre.

Mi peluquero, para explicar el por qué de su extraña petición, me confesó que llevaba años coleccionando tarjetas de visitas, especialmente de los hombres que acostumbraban a ir a la peluquería y a los que atendía profesionalmente.

Me dijo que guardaba cuidadosamente en un álbum muchas tarjetas y que de vez en cuando las repasaba para recordar a sus clientes o parroquianos a los que sirvió. En su curiosa colección figuraban tarjetas de varios toreros, como Curro Romero, Antonio Ordóñez, Paquirri… y de médicos, escritores, poetas, actores de cine y de teatro, catedráticos de la Universidad de Málaga, políticos, «personas importantes»… Y quería incorporar a su colección la mía, no por ser importante, supongo, sino por ser uno de sus parroquianos.

Aquel día no pude satisfacer su petición porque no llevaba ninguna en la cartera, pero le prometí que en la próxima visita al salón donde prestaba sus servicios profesionales para descargar la cabellera, le daría una. Y acordándome del eslogan de «dos plátanos, mejor que uno», que anunciaban en televisión, en lugar de una le di dos, una con indicación de mi profesión -periodista- y una segunda con el cargo que desempeñé en el Real Club Mediterráneo como vicepresidente segundo.

Me agradeció mucho el detalle. Como se jubiló y dejó de ser mi peluquero de cabecera no sé si conservará el álbum. Quizá mi tarjeta esté entre toreros, artistas, catedráticos y famosos…

Si he traído esta historia a mi colaboración de hoy es porque hace unos días, rompiendo papeles (romper papeles es una obligación cuando se llega a cierta edad) me encontré precisamente varias tarjetas de agradecimiento, felicitación, presentación… que todavía estaban entre los papeles a destruir. Por curiosidad, seguramente, no destruí en su día algunas que tenían detrás una historia.

Una de las más curiosas es la que me entregó un antiguo compañero de colegio con el que me tropecé en la calle Larios veinte o treinta años después de finalizar los estudios.

Nos saludamos y nos abrazamos (la pandemia vino después) e intercambiamos recuerdos de nuestra época; fuimos compañeros de clase cuando teníamos trece años. Él se interesó por mi trabajo en la radio; yo a la recíproca le pregunté por su vida profesional. Me dijo que se había presentado a varias oposiciones, como el catastro, el Ayuntamiento de Málaga, a no sé qué Cámara de Comercio o la Propiedad, y que estaba en una empresa privada porque no llegó a ganar ninguna oposición…

Nos despedirnos e intercambiamos tarjetas de visita para citarnos o vernos otra vez. Cuando nos separamos y le eché un ojo a su tarjeta me encontré con lo que mi amigo se identificaba. Junto a su nombre y dos apellidos no figuraban ni su profesión ni su ocupación. Decía: Opositor permanente.

Han pasado muchos años y no he vuelto a verlo. A lo mejor ganó, por fin, una plaza de funcionario y en la reedición de su tarjeta de visita sustituyó lo de «opositor permanente» por su soñada ilusión de ser funcionario. Mi amigo era un cachondo mental.

Otra tarjeta que apareció entre las que se habían salvado del contenedor azul fue la de una persona que me es imposible recordar; su carta de presentación decía: Fulanito de tal y tal «Negocios varios». Yo nunca me he dedicado a los negocios ni sé por qué ese olvidado señor me la entregó.

La que sí conservé durante años fue la del pintor malagueño Alfonso de la Torre, excelente artista y mejor persona. Trabajó mucho, hizo exposiciones, fue elegido académico de San Telmo, dio clases de dibujo y pintura en la Obra Sindical Educación y Descanso… y, como cualquier hijo de vecino, se hizo una tarjeta de visita con su nombre, profesión, teléfono y domicilio.

Al poco tiempo recibió una llamada telefónica para encargarle un trabajo. Fue al domicilio que la señora le facilitó… y el trabajo que le ofrecía era que pintara el interior de su vivienda. Mi amigo Alfonso, según me contó, no supo si reír o llorar; la señora había interpretado correctamente la tarjeta porque rezaba «pintor». Fue entonces cuando me regaló un ejemplar de su tarjeta de pintor. Poco tiempo después, se encargó una nueva tarjeta, y en lugar de pintor puso ‘Estudio. Plaza del Teatro, 6’.

Alfonso murió relativamente joven y yo, a diario, contemplo un cuadro suyo que tengo en mi casa. Representa a unos niños jugando en la playa. Preciosa obra. Gran tipo Alfonso. Contagiaba su risa de hombre optimista.

Aunque pienso que las tarjetas de visita ya no son lo que eran creo que van a renacer de sus cenizas porque su uso se impone ante las nuevas profesiones.

Por ejemplo, concursante. Si uno enciende la televisión y zapeando descubre a un señor, señora, señorita, joven… interviniendo en uno de los muchos programas que ponen a prueba la memoria de los participantes, y a la semana siguiente vuelve a ver al mismo personaje en otra cadena de televisión y en otro concurso más o menos parecido concursando, y a los tres meses lo vuelve a descubrir en otro concurso, y advierte que son más de uno los que aparecen en uno y otro concurso ganando o perdiendo, pues llegué a la conclusión que ser concursante es una profesión. ¿O no?. Muchos (as) de los que participan y ganan en Pasapalabra, Saber y Ganar, Boom, El Cazador y qué se yo qué otros concursos, acabarán encargando tarjetas de visita. A su nombre y apellidos agregarán: Concursante.

Y como en uno de esos concursos –El Cazador- existe la figura del cazador, pues otro tanto de lo mismo: profesión, Cazador. Claro que le puede suceder lo mismo que a mi amigo el pintor Alfonso de la Torre cuando requirieron sus servicios para pintar una casa. A los cazadores del citado concurso los pueden invitar a una montería en los montes de Toledo o a un safari en Kenia.

Una de las profesiones o especialidades de máxima actualidad es la que se conoce por paparazzi, que define al que hace fotografías de famosos sin su consentimiento y que después venden a las llamadas revistas del corazón, o forman parte de la redacción de una revista. Si las fotos son comprometidas el valor aumenta.

Entran en juego muchas opciones o interpretaciones de los famosos, famosas, famosillos y famosillas con sus coqueteos, flirteos, romances, aventurillas, ligues, relaciones pasajeras, engaños, secretos de alcoba… Los comentarios o pies de fotos no los redactan los paparazzi sino los expertos. ¿Tienen tarjeta de visita los paparazzi?

Y ha salido la palabra más socorrida de estos tiempos de pandemia y grandes decisiones ante problemas graves: experto. En cualquier informativo de radio, prensa, televisión, entrevistas, ruedas de prensa con o sin preguntas…, los protagonistas son los expertos. Se informa que la decisión del comité de expertos fue tal, que los expertos consultados estiman que, que la decisión de cerrar los comercios a las siete de la tarde es el acuerdo adoptado en la mesa de los expertos, que los expertos dicen…, que según los expertos…, de acuerdo con lo que aconsejan los expertos…

Yo, que no tengo tarjeta de visita porque ya no las necesito, estoy tentado de encargar una nueva con el indicativo de Experto. ¿Experto en qué? Pues en lo que salga, porque sospecho que en los comités de expertos habrá muchos zurupetos.

Si mi nueva tarjeta se expande por ahí, por mi condición de experto, quien sabe si un día me invitan a formar parte de la conferencia de expertos en el cultivo de la alcachofa para su implantación en Tanzania. Todo es posible.

Donación de colchones en Marbella, en una foto de archivo. Juan Zarzuela

No hace muchos días oí en una radio (como radiofonista con cuarenta y tres años de profesión soy consumidor de la radio) algo que me sonó a especialidad médica. Pensé que se había creado una nueva rama en los estudios de Medicina. A los ginecólogos, oftalmólogos, odontólogos, radiólogos, anestesiólogos y otros ‘ólogos’ había que sumar los colchonólogos.

No supe en ese momento donde situar la nueva especialidad. Lo dejé en suspenso para preguntárselo a mi nieta que está en quinto de Medicina.

Pero no tuve que preguntárselo porque en el buzón de mi casa me encontré la respuesta: en un folleto publicitario de una empresa dedicada a la fabricación y venta de colchones estaba la respuesta: los colchonólogos son los especialistas en colchones, o sea, los que aconsejan a los clientes qué tipo de colchón es el idóneo para los que padecen dolores lumbares, hernias, artrosis… Total, expertos.

Resumiendo: que si mi mujer me dice que hay que comprar un colchón nuevo porque el actual ha sobrepasado la fecha de caducidad, tendremos que ir a consultar a un colchonólogo para que nos asesore con todas las garantías para el uso adecuado.

Y ahora que lo pienso: mejor que Experto me voy a poner en la tarjeta Expectónologo, que es más sonoro y contundente.

Quizá la RAE, en una de sus sesiones en las que se examinan las posibles incorporaciones de nuevas palabras, como ya ha admitido finde, almóndigas, chateo, tuitero… le dé el visto bueno a cocletas y expectónologo. Estaré aliquindoi.

Noticia guardada en tu perfil

Noticia guardada en tu perfil

Noticia guardada en tu perfil

Noticia guardada en tu perfil

© La Opinión de Málaga, S.L. Todos los derechos reservados